La Biblia también llegó a la Luna

El día 20 de este mes se ha celebrado el 40 aniversario de la llegada del hombre a la Luna. Haciéndose eco de este acontecimiento, Álex Navajas recoge hoy en la La Razón una serie de anécdotas acerca de la presencia de la Biblia en esta gesta. Reproducimos el artículo por su interés:

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Las anécdotas de fe jalonaron la gesta que culminó hace cuatro décadas con la llegada   del hombre a la Luna

22 Julio 09 – Madrid – Álex Navajas. – Fue durante su segunda noche en el satélite. Buzz Aldrin, de confesión presbiteriana, extrajo una cajita que contenía pan y vino; se recogió en oración; leyó el versículo de san Juan 15, 5 –«Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece unido a mí y yo en él, da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada»– y consumió las dos especies. Lo relata el propio astronauta en el libro que publicó en 1973, «Regreso a la Tierra», y lo ha recordado en estos días en el diario «USA Today» el pastor Mark Cooper, de la parroquia presbiteriana de Webster (Tejas), a la que asistía Aldrin. «Después trajo el pequeño cáliz de plata que empleó, y lo tenemos guardado a buen recaudo en la parroquia», afirma Cooper.

El salmo 8, en el espacio

Pero, además, el astronauta presbiteriano portaba un trozo de papel en el que había garabateado algunos versículos del salmo 8: «Cuando veo los cielos, obra de tus manos, la Luna y las estrellas que creaste, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para que de él te preocupes?». Aldrin posó el papel sobre la superficie del satélite y regresó a la nave.
El católico Michael Collins, otro de los integrantes del Apolo 11, también quiso dejar constancia de su fe. En una de las paredes internas de la nave dejó escrito: «Nave espacial 107. La mejor creada. Que Dios la bendiga».

Sin embargo, los astronautas se vieron obligados a realizar todas sus prácticas religiosas con una gran discreción, porque la NASA no veía con buenos ojos estos gestos. Un año antes, en 1968, la misión del Apolo 8 había logrado su objetivo de orbitar diez veces la Luna en a lo largo de 20 horas. Era la víspera de Navidad, el 24 de diciembre por la noche, y sus tres tripulantes, Frank Borman, Jim Lovell y Bill Anders, realizaron una sorprendente conexión en directo con los canales de televisión de todo el mundo. «Estamos cerca de la Luna y, para todos los que nos siguen desde la Tierra, la tripulación del Apolo 8 tiene un mensaje que le gustaría compartir: “En el principio, Dios creó el cielo y la Tierra”», comenzó a leer Anders. Era el inicio del libro del Génesis, que prosiguieron leyendo los tres astronautas en turnos hasta el versículo 15. «Y Dios hizo dos lumbreras grandes, la mayor para gobierno del día y la menor para gobierno de la noche», continuaron. «Buenas noches, buena suerte, feliz Navidad y que Dios les bendiga a todos», fue la conclusión de su conexión en directo. Este gesto enfureció a Madalyn Murray O’ Hair, una conocida activista atea, quien demandó a la NASA. El auto fue desestimado por la Corte Suprema, pero la agencia espacial exigió a sus astronautas desde ese momento una mayor «contención» religiosa.

Una Biblia en microfilm

Pero las advertencias de la agencia espacial no amedrentaron a los astronautas. En enero de 1971, dos de los tripulantes del Apolo 14, Shepard y Mitchell, depositaron sobre la superficie lunar un paquete que contenía la Biblia en microfilm y el primer versículo del Génesis en 16 idiomas. Seis meses más tarde, durante la misión del Apolo 15, James B. Irwin, tras caminar sobre la Luna, declaró haber «sentido el poder de Dios como jamás lo había sentido antes». En 1998, John Glenn, que regresó al espacio después de 36 años, declaró: «Para mí es imposible contemplar toda la creación y no creer en Dios». Quien sabe, quizás haya que estar en la Luna para encontrarse con el Señor…

 
«Soy el obispo de la luna»

Según relatan las crónicas de la época, monseñor William D. Borders se declaró a sí mismo   en 1969 como «el obispo de la Luna». No, el prelado no sufría ningún tipo de demencia, sino que, más bien, poseía un fino sentido del humor. En 1968 fue ordenado obispo y se le asignó la diócesis de Orlando (Florida), que comprende la estación espacial de Cabo Cañaveral.  Poco después del alunizaje del Apolo XI, los obispos estadounidenses realizaron su visita «ad limina» al Papa Pablo VI. Cuando le llegó el turno a monseñor Borders de cumplimentar al Pontífice, el obispo de Orlando le dijo: «Sabe, Santo Padre, soy el obispo de la Luna». Pablo VI le miró perplejo, pero el prelado le explicó que, según el Código de Derecho Canónigo, él era, «de facto», el ordinario de este «nuevo territorio descubierto».

 

Artículo original | La Razón

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